En el pabellón de mis juguetes, un pequeño trovador de barro negro su laúd ataca. A veces no sé dónde se mete: se hace amigo de las noches, de los perros, de las caminatas.
Pero por saberse preferido vuelve a mí, con mañana y sol o con alba gris. Viene de las sombras de un secreto que no sé; viene de un quizás, viene de un tal vez...
Y para mí tañe el laúd con melodía que parece azul; y para mi cuenta su viaje y la canción se estrena un traje... Y para mí tañe el laúd precipitándolo como un alud; sospecho que su melodía llega de amar la poesía.
Suena su versión desesperada, su versión de los misterios que lo animan, su versión del alma. Su canción de amor bate las alas; su país -su emoción- llega y camina: su desilusión desarma.
Y una vez que acaba la canción queda esperar que vuelva a partir, que vuelva a llegar. Así me sorprende a ratos el amanecer; soñando que aún siempre va a volver...